martes, marzo 14, 2006

Los sueños sueños son

¿Acaso tú crees en las premoniciones? ¿Es posible que uno sueñe con su propio destino, con su propio final? Esa pregunta me la he hecho recientemente unas cuantas veces, pero sigo sin saber exactamente que responderme. Es difícil creer que se sueñe con su muerte, es difícil entender que alguien pueda saber como terminará un día, pero cuando te pasa lo ves tan claro que entonces lo entiendes todo, lo empiezas a creer absolutamente,

Mi historia es una historia real, verídica, podría ser difícil de creer pero éste que las cuenta la ha vivido y ahora lo puede contar. ¿Sería mentira entonces que aquel fuera mi final? No, quizá no era ese el momento, pero quien sabe si es ese el final… O quizá no era el mío sino el de otros y yo debía estar de testigo.

Todo se remonta a hace unos meses cuando, una noche soñando, tuve una pesadilla muy rara. Mi trabajo consiste en dirigir obras en líneas ferroviarias, un trabajo difícil con horarios complicados, muchas veces nocturnos, otros diurnos y, en la mayoría de las ocasiones, diurnos y nocturnos conjuntamente. Tienes que mantenerte siempre despierto y atento ante cualquier posible problema. Una de las tareas consiste en recorrer las líneas del tren comprobando el sistema eléctrico y vigilando que aquello que se ha instalado esté correctamente montado y que funcione, algo que en principio suena fácil si no fuera porque la mayoría de las veces esa parte se comprueba de noche.

Fue un sueño bastante extraño. Yo iba andando por las vías, bajo la luz de la luna, por una vía que yo pensaba que no conocía, nunca creía haberla visto antes pero sin embargo me sonaba vagamente familiar, aunque no podía ubicarla en ningún sitio. Las estrellas alumbraban lo suficiente para poder andar sin tropezar pero íbamos con unas linternas para poder ver el trabajo. Debo aclarar que en mi sueño no iba solo, estaba acompañado de otra persona, al menos, e íbamos los dos juntos, aunque en ese momento ni sabía quien era ni podía verlo.


El trabajo se realiza andando por las vías, hay una de ellas que siempre está sin trenes circulando, la que nos dicen al principio de la noche, y otra de ellas que mantiene su tráfico de trenes, bien son trenes de mercancías o trenes de pasajeros, aquellos que circulan de noche para distancias largas. La única forma que tenemos de saber si viene un tren por la vía es mediante el ruido y por las luces, aunque es mejor guiarse por el ruido porque cuando se ven las luces, estas luces que reflejan en nuestros chalecos reflectantes e indican nuestra posición al maquinista, ya es demasiado tarde para apartarse. Desgraciadamente este ha sido el final de algunos compañeros. Un ligero despiste supone un grave y triste final. Hay muchas historias así, que pasan de boca en boca entre los compañeros, que pondrían la piel de gallina.


Aquel día íbamos andando por la vía, como he dicho, con nuestros chalecos y las luces alumbrando la vía para saber por donde andábamos, no recuerdo mucho más de ello, no recuerdo la vía, ni el paisaje que nos rodeaba, solamente recuerdo del sueño los postes de la línea ferroviaria y las estrellas, muchas estrellas en el cielo. Ese detalle fue muy importante, ese cielo es muy raro de ver, con tantísima claridad, las estrellas tan fácilmente reconocibles expectantes en el firmamento. Lo que recuerdo del sueño es un ruido por detrás, nada más, un salto en la cama, solamente eso. No hubo grito en la noche, no hubo grito ahogado de los que pasan en las pesadillas. Fue un segundo en el que me desperté después de haber oído ese ruido. Al momento, al despertarme, ya supe que había pasado. Me acordaba perfectamente del sueño, algo bastante raro en mí, que casi nunca me acuerdo de ellos, pero entonces no supe que algo importante podía significar. Después de eso, no le di más vueltas y pasó el tiempo.


Pasó el tiempo hasta la semana pasada, concretamente el miércoles, en el que por un instante fugaz se me pasó por la cabeza ese sueño, un deja vù, y me erizó la piel.


La semana pasada me tocó viajar, de visita a una de las obras en el norte de España, concretamente en Guipúzcoa, cuyos trabajos se realizan de noche. Durante esos días el tiempo ha sido bastante bueno, durante el día hacía bastante calor, para ir en mangas de camisa y por las tardes empezaba a refrescar, hasta que por la noche había que ir con un anorak reflectante porque hacía alrededor de nueve o diez grados de temperatura. Aparte de la baja temperatura, al estar tan cerca de la costa, lo más preocupante es la humedad, que hay mucha, lo cual hace que el frío se te meta en los huesos, que se te congelen las manos y los papeles que llevaba en la mano se mojaran increíblemente rápido. La noche del miércoles fue así, con nueve grados de temperatura según el termómetro del Nissan Terrano en el que vamos a la vía, y empezamos nuestro trabajo a las diez y media de la noche, encarando la larga noche que nos esperaba.


Recorremos la vía en dirección abajo del puerto de montaña, hacia el pueblo, donde se dirigen los trenes para aparcarse durante la noche. Es importante decir que hasta las doce de la noche existe circulación de trenes en las dos vías, que es de cuidado, porque los trenes pueden venir tanto por una como por otra vía así como por delante o por detrás, con lo que hay que ir con diez ojos a cada lado. También hay muchas curvas con lo que cuando se ve la luz del tren ya lo tienes encima, así que el oído debe estar preparado para detectar lo más mínimo y echarse a un lado. Es la una de la mañana, llevamos tres horas andando por la vía, bajo la luz de las estrellas, cuando de repente oímos el ruido de un tren a nuestras espaldas. El maquinista nos ha visto, su luz ha reflejado en nuestros chalecos y según la normativa tiene que hacer sonar el silbato para avisarnos de que viene, aunque a las velocidades que viene, cuesta abajo, noventa kilómetros por hora con una carga de cincuenta toneladas o más de carbón, tampoco es que de mucho tiempo a apartarse si es por el aviso del silbato.

En ese momento se me congeló el tiempo. Me quedé petrificado y mientras mis compañeros avanzaban por un segundo reviví un momento que creía haberlo vivido antes. ¿Un deja vú?. Yo había estado ahí antes. Reconocí esas estrellas, reconocí ese bulto que mi compañero hacía en las sombras, reconocí ese silbato y ese tren pasando a toda velocidad. Por un segundo, creí que ese era el final para el que estaba predestinado. Es raro de explicar, quizá estemos predestinados para un final y nunca lo sepamos, pero es posible que otras veces, por lo que sea, la casualidad nos hace ver ese final y nos conduzca a estar en ese momento y a ese instante allí para que el destino se cumpla, para que lo que está escrito se convierta en realidad. Por mucho que queramos evitarlo, muy posiblemente se cumpla, es lo que las estrellas marcan y se debe cumplir, intentar engañar al destino es como intentar volar por el cielo o respirar bajo el mar.

El resto de la noche fue rara. Seguimos andando por la vía, aunque ahora aparte de mis compañeros de viaje me acompañaba un temor, un miedo después de haber vivido esos momentos, que hasta que no llegamos a la estación, sobre las seis de la mañana, y me pude acostar, no pude respirar tranquilo. Al día siguiente, sentí la necesidad de desahogarme, como si al contar lo que se ha vivido ya no pudiera cumplirse, como un deseo que no se hace realidad si lo conoce más gente.

Es extraño pero la historia no termina ahí. Podría parecer irreal, pero a la noche siguiente el destino intentó buscarme otra vez. Es algo que realmente no lo tomé en serio, no en ese momento, pero después de pensarlo ya no lo tomé tan a broma, como si reírse de algo así fuera tentar a la suerte.

Era la noche del jueves al viernes, como las noches anteriores salimos andando de la estación rumbo a las vías, a terminar el trabajo que no habíamos terminado el día anterior, sobre las diez y media de la noche más o menos. En este caso, las luces de la estación se mezclaban con las luces del cielo, estábamos en la parte recta de la vía con lo que no debíamos tener más complicaciones de las habituales. Sin embargo, a las once y media el destino vino otra vez. Distraídos como estábamos mirando la línea, un tren de cercanías apareció de golpe de cara a nosotros, sin avisar, dándonos tiempo a apartarnos corriendo a un lado mientras gritábamos a nuestro compañero, que estaba de espaldas al tren, que se apartara. Aquel tren, como por una “obligación”, no llevaba las luces encendidas, algo obligatorio en ellos al circular de noche, ni nos pitó con el silbato cuando se acercaba, ya que sin luces no se reflejaron éstas en nuestros chalecos. ¿Fue casualidad que ese tren fuera en esas condiciones? ¿O realmente fue que si una vez burlamos el destino que nos aguardaba, éste viniera a buscarnos una segunda vez para cumplir con su trabajo?

Realmente aquellas noches pasé miedo, mucho miedo. Personalmente no sé qué pensar acerca de la predestinación, no sé si es posible que uno sueñe con su futuro, si es posible que alguien en los posos del café o en unas cartas pueda ver lo que pasará cuarenta años más tarde, pero después de haber vivido esta experiencia lo que me ha demostrado es que todo es posible. ¿Acaso es una locura pensar que cuando uno torea a su futuro una vez, éste aparece de nuevo para cumplir su objetivo y, si se le vuelve a burlar, aparecerá una tercera y una cuarta vez hasta que se haga realidad?

Como me gusta decir en ocasiones, “los sueños sueños son, hasta que se hacen realidad, que no son más sueños sino hechos reales.