jueves, noviembre 16, 2006

4 de octubre. Ya está, lo he hecho, me he vuelto a apuntar a la autoescuela, tengo que sacarme el carné de conducir de una vez.

16 de noviembre. El día ha llegado, el santo día, el fatídico día, el terrorífico día, el día del examen teórico, el paso finísimo entre la victoria y la derrota.

Largas parecen las horas por la noche, dando vueltas en la cama, soñando con señales de STOP que se acercan por todos lados, vehículos de motor y peatones en los pasos, un coche que se salta un semáforo en verde, un peatón en la calle tumbado, sangrando por todos lados, una mujer cambiando un neumático a su coche, con el gato y la de repuesto... y horas y horas que parecen que nunca llegarán a su fin.

Ocho horas treinta minutos, suena el despertador con pocas ganas, mis piernas me levantan sin mucho ánimo, los nervios las hacen tambalearse, el corazón palpita rápido y constantamente, rítmicamente como tambores en la batalla y algo parece que tiene vida en mi estómago revuelto.

Trece horas cuarenta y cinco minutos. Empieza el examen, comienza la batalla. Suenan trompetas en mi interior, el corazón palpita al ritmo del sonido de los cascos de caballos acercándose al lugar de enfrentamiento, oigo cañones lanzando proyectiles sobre mi cabeza... y transcurridos treinta preguntas en treinta minutos, todo sonido acaba.

Oigo silencio, nada, nada de nada. Ni cañones, ni trompetas, ni cascos de caballos. Solamente escucho el sonido del silencio. Ya todo ha pasado. Miro a mi alrededor y suspiro.

¿Victoria?¿Derrota? ambas están separadas por un solo paso, un solo fallo y de salir triunfador regresas con la cabeza baja y destrozado. Mañana sabré si puedo volver con la cabeza alta.